miércoles, 8 de abril de 2015

El mejor

Ayer fue un día triste. Despedimos a un compañero de trabajo al que se le acababa el contrato. No era un ERE, ni un despido, todos sabíamos que su trabajo con nosotros tenía fecha de caducidad. Es lo que tiene trabajar en una empresa pública, entras como temporal y da igual lo bien que lo hagas, lo bueno que seas, lo mucho que lo merezcas. Cuando se acaba, se acaba y no hay forma de remediarlo. Sobre todo si eres un simple administrativo.
Tengo ya unos pocos años de experiencia laboral a mis espaldas y he despedido a muchas personas, con más o menos pena, a veces hasta con alivio. Lo que hace especial la despedida de ayer es cómo era él. Una persona honesta, trabajador, inteligente, generoso. Cuando me incorporé a la empresa, hace ya más de tres años, me acogió y me enseñó. Sin él todo habría sido mucho más difícil y probablemente no habría conseguido ni la mitad. Tiene sentido del humor, es paciente (hasta me ha aguantado a mi), nunca se escaqueaba de nada. Ha sido mi cómplice, mi apoyo, mi maestro. El mercado laboral está como está. La política actual es cargarse el empleo público a costa de no cubrir vacantes con nuevas convocatorias. Sinceramente, no sé lo que le espera ahí fuera. Solo espero que sea verdad esa máxima que tantas veces me han repetido de que el tiempo pone a cada uno en su lugar y pronto encuentre lo que se merece más que nadie. Mientras, lo que nos hemos quedado seguiremos adelante, huérfanos del mejor compañero. Ojalá.