sábado, 30 de enero de 2016

Ojos de luna (II)

Supongo que algunas de la cosas implícitas a la maternidad, son la preocupación y las dudas.
Necesitas que tu prole esté siempre bien, sana, feliz... y eso es imposible, así que te preocupas y tienes dudas. La más terrible es esa que te martillea todas las noches al acostarte. ¿Estoy haciendo todo lo posible?
Y mira que yo estoy lejos de creer en las maternidades perfectas, más al contrario, soy una malamadre confesa, que necesita desconectar de vez en cuando, que se enfada cuando no debe y que no siempre tiene todo bajo control. Pero la preocupación y las dudas se han instalado para siempre y no hay forma de desalojarlas.
Cuando hace dos años nos explicaron las consecuencias de las cataratas congénitas de mi niña, su agudeza visual en el 20%... Emprendimos un camino lleno de dudas. ¿Está en buenas manos? ¿Debo llevarla a Barcelona u otra ciudad con clínicas más especializadas? ¿Es prudente no operar?....
Pero confiamos en su magnífica doctora, que transmitía tranquilidad y prudencia. Y compramos gafas, y otras gafas, y otras gafas... ¡A la tercera fue la vencida! Y pusimos gotitas, y hablamos con los profes... Y los ojitos de luna vieron algo mejor, aunque no suficiente.
Mi meta era ese 50% de agudeza visual que permite conducir, porque yo no me imagino mi vida sin la independencia que da un carnet de conducir y un coche, y no podía imaginar la vida de mi hija sin eso. El 50% que permite conducir y estudiar... Una vida normal. Esa era la meta.
Ayer pasó por quirófano y Murphy decidió tomarse unas vacaciones. Todo salió perfecto, de la mejor forma posible. Ahora queda seguir vigilando, habrá que comprar muchas gafas, visitar muchas veces a la oftalmóloga. Pero va a ver bien. No perfecto, pero bien,
¡Mis hermosos ojos de luna!