lunes, 9 de febrero de 2015

Si me paro no me levanto

Con esa sensación voy por la vida últimamente. No se si es por la gripe, o porque el otro día me caí en plena calle y me eché abajo la rodilla, o quizás porque en el trabajo me siento como si andara por arenas movedizas. El caso es que voy de un lado a otro como las locas porque tengo miedo de dejarme caer en el sofá y no volver a salir, en años.
Valeeeee, estoy exagerando, pero sólo un poco. La sensación de ir zombi de casa al trabajo, del trabajo a casa, de casa al ballet, del ballet a la academia, de la academia al ballet, del ballet a la compra, del supermercado a casa, guarda, cocina para mañana, baño, pijama, deberes, cena, gotas en los ojos, cremita que pica mucho, cuento, caricias,no te vayas, no me voy, no tengo sueño, cierra los ojos... Y al fin, sofá, edredón y un capítulo de una serie que casi nunca ves acabar ¿otra vez te has quedado dormida? Y a las dos de la mañana te despiertas sola y helada y te atrrastras escaleras arriba hacia un insomnio poco productivo que me llevará inevitablemente hacia ese momento terrible en que suena la alarma en lo mejor del sueño. Y volvemos a empezar.
Seguramente estoy describiendo la rutina de un montón de madres. No me siento precisamente única. Mi generación navega entre las borrascas de la culpabilidad y las calmas de la autocompasión. Somos así. Alguien nos metió en la cabeza que teníamos que llegar a todo y nos lo hemos creído a pies juntillas. Pues bien, esta imperfecta madre se va a terminar su copa de vino y se va a tirar en el sofá. ¡Ahí me las den todas! Buenas noches.

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