martes, 1 de octubre de 2013

Cuando un amigo se va...

Permitidme el toque sevillano folclórico, aunque en este caso sea una amiga y yo esté profundamente triste. Se me muere una buena amiga, de esas que llegaron a mi vida casi de casualidad y que compartieron una etapa importante de mi vida. Mi amiga África vivió puerta con puerta conmigo durante unos años, ambas teníamos llave de la casa de la otra y nuestra vida era un continuo te cojo tomates que no me quedan, pasa que hice croquetas, vente a ver la peli a mi sofá... Lo que es vivir pegados y en buena vecindad. Luego se me fue alejando físicamente hasta acabar en Badajoz por diferentes avatares de su vida que no vienen a cuento. Y así estamos, ella allí muriéndose por culpa de un maldito cáncer y yo aquí, pegada al móvil, sin poder/atreverme a irme para allá, esperando la llamada que me anuncie que todo ha acabado.
Y cuando todo acabe, pues tocará ir al tanatorio y repartir besos, evitar si puedo el funeral, que será religioso (no los aguanto) y seguir viviendo mi vida. El ritual de la muerte me parece tan artificial, se adapta tan poco a mis forma de ser, que se convierte en un suplicio. Porque a mi me da por llorar a mares de forma demasiado impúdica incluso para estas ocasiones o por hacer chistes negros, que no están muy valorados por el común de las personas en estas situaciones.
Sé que no la voy a olvidar, he perdido suficiente gente como para saberlo, aunque también sé que cada vez pensaré un poquito menos en ella. Ley de vida.

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