Bueno, pues ya tenemos ese hito superado, y el frío empieza a hacer acto de presencia en este sur sin otoño ni primavera, y toca hacer el temido cambio de temporada a los armarios. Ahí te encuentras con que tu hijo mayor ha crecido por lo menos cinco centímetros y que los pocos pantalones que sobrevivieron sin rotos en las rodillas le quedan cuatro dedos por encima del tobillo, de la hija menor, mejor ni hablamos, su armario está más vacío que una tienda en liquidación, perchas y perchas sin nada colgado que recuerdan temporadas mejores. Ahora toca hacer una lista de prioridades,esperar las donaciones (benditas amigas con hijas mayores) y cruzar los dedos para que en cumpleaños y Navidad la familia se acuerde de que la ropa es el mejor de los regalos.
De mi armario mejor ni hablamos, no tengo ni idea de cuántos kilos he puesto en mi cuerpo serrano, pero si sé que no me queda bien NADA... Me temo que la dieta está al caer, y con ella el mal humor (sí, peor aún), el agobio, la frustración... y ese largo camino de sacrificio en busca de la talla 44 (si nos quedamos en la 46 fenomenal, tampoco vamos a exagerar).
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