domingo, 3 de noviembre de 2013

Cambio de temporada

Ya ha pasado el maldito Halloween, no se confundan, a mí el tema de importar fiestas me encanta, o ni me va ni me viene según el caso, pero actualmente esta fiesta ha dejado de ser divertida y consiste en pasar frío siguiendo por la calle a mis dos hijos que, disfrazados, sobreexcitados y sobreazucarados, van gritando truco o trato puerta por puerta. Vivo en un pueblo de esos dormitorio lleno de adosados, así que el paseíto suele ser largo y agotador. Y, por supuesto, siempre terminamos en bronca cuando decido que es la hora de volver a casa, siempre es demasiado pronto. 
Bueno, pues ya tenemos ese hito superado, y el frío empieza a hacer acto de presencia en este sur sin otoño ni primavera, y toca hacer el temido cambio de temporada a los armarios. Ahí te encuentras con que tu hijo mayor ha crecido por lo menos cinco centímetros y que los pocos pantalones que sobrevivieron sin rotos en las rodillas le quedan cuatro dedos por encima del tobillo, de la hija menor, mejor ni hablamos, su armario está más vacío que una tienda en liquidación, perchas y perchas sin nada colgado que recuerdan temporadas mejores. Ahora toca hacer una lista de prioridades,esperar las donaciones (benditas amigas con hijas mayores) y cruzar los dedos para que en cumpleaños y Navidad la familia se acuerde de que la ropa es el mejor de los regalos.
De mi armario mejor ni hablamos, no tengo ni idea de cuántos kilos he puesto en mi cuerpo serrano, pero si sé que no me queda bien NADA... Me temo que la dieta está al caer, y con ella el mal humor (sí, peor aún), el agobio, la frustración... y ese largo camino de sacrificio en busca de la talla 44 (si nos quedamos en la 46 fenomenal, tampoco vamos a exagerar). 

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